En la constante búsqueda de la felicidad, un día cualquiera, el amor nos presentó sin medir palabras, sin ningún tipo de contemplamiento; sin pedir permiso, nuestros corazones hicieron click, una especie de alianza. A partir de ahí, nos convertimos en un equipo, amigos, novios y amantes. Desde este punto, sorteamos las dificultades, los temores, los miedos, pero la fuerza maravillosa de la infinita dulzura y gracia de Dios, nos ha mantenido firmes y enamorados. En este momento decidimos entregar nuestras vidas y unirnos en matrimonio, con la esperanza que el dueño de la vida siga fortaleciendo y bendiciendo esta unión por la eternidad.

Entonces el Señor Dios hizo de la costilla a una mujer, y la presentó al hombre. «¡Al fin! —exclamó el hombre—. ¡Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ella será llamada “mujer” porque fue tomada del hombre». Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo.

Génesis 2:22-24 NTV